viernes, 25 de septiembre de 2015

Cuento de Jorge Bucay, "El sembrador de dátiles".




En un oasis escondido en el desierto, se encontraba un anciano de rodillas, a un lado de algunas palmas datileras. Un amigo que era un acaudalado mercader se detuvo en el oasis para que sus camellos bebieran agua, en eso vio al anciano sudando, mientras parecía que cavaba en la arena.

- ¿Qué tal anciano?
- ¿Qué tal? - Respondió el anciano, sin dejar lo que estaba haciendo.
- ¿Qué haces aquí con este calor y esa pala en las manos?
- Siembro.
- ¿Siembras? ¿Qué estás sembrando?
- Dátiles.
- ¿¿¿Dátileesss??? - Preguntó incrédulo el mercader, como si hubiera escuchado una de las peores tonterías.  - El calor te está afectando viejo, vamos, deja de hacer eso y te invito a beber una copa de vino.
- No, debo terminar la siembra, igual y si quieres después beberemos.
- A ver, dime viejo, ¿Cuántos años tienes?
- No recuerdo, a lo mejor 60, 70, 80, lo he olvidado pero, ¿Qué importa?
- Mira anciano, los datileros tardan más de 50 años en crecer, y sólo al ser palmeras adulas estarán en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas cientos de años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que estás sembrando. Deja eso y ven conmigo.
- Mira, yo comí dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto, y aunque sólo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
- Anciano, me has dado una asombrosa lección, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta gran enseñanza que hoy me diste.
- Te agradezco tus monedas amigo, ¿Ya ves? A veces pasa esto: Tú me pronosticabas que nunca llegaría a cosechar lo que sembrara, y parecía cierto, sin embargo aún no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
- ¡Wooow! Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy, y quizás es más importante que la primera. Déjame que te pague también con otra bolsa de monedas.
- Y a veces pasa esto: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseché y no sólo una, sino dos veces.
- Ya basta viejo, no sigas hablando, temo que si sigues enseñándome cosas no me alcance toda mi fortuna para pagarte...


Este cuento  está dedicado a estudiantes, padres, maestros, profesionales de la enseñanza y todas las personas que educan. No os desaniméis nunca.